viernes, 11 de junio de 2010

Tenía miedo de escribir y descubrir que sus yemas no sabían guardar secretos. En realidad siempre había sido un consuelo la sinceridad de ese ritmo de teclas crujiendo, esa luz artificial sobre nudillos que habían librado peleas imaginarias. Ese cantar moviendo la boca sin hacer sonidos, ese confesar los pasos dados y así dar homenaje sin tener que evidenciar. Ese día era diferente... entonces la lluvia generaba un revuelco estomacal impropio. Esta vez el recuerdo era más pesado, tenía un salado sabor a culpa.

Culpa propia, responsabilidad asumida, ilusión rota, deuda saldada... eso era.
Todo derivaba de pesos y lastres de años, demasiado conocidos, nada temidos. Era el efecto de momentos en silencio de promesas viejas sin firmar pero adoptadas en la sangre. Secretos a sólo dos voces, comodidad consciente, acompañamiento.

En tardes como esa que la lluvia llegara la obligaba a recordar el momento de flaqueza y valentía. El aprovechar la vida, dar pasos como siempre ha sabido, volar y caer. Traición implícita no tan pesada. Que locura.

Había tomado el misterio y se había dado el lujo de malabarear con el. Siempre había pensado (y esperado) que se rompiera en mil pedazos. Pero el tiempo había pasado y era dificil tener el valor de arrojar algo tan frágil con tanta fuerza en la pared.

Esta noche hay trozos tornasoles regados a su paso. ¿Debe de dejar de mirarlos y sonreír? Ha decidido que no. (Aunque nunca nadie debe de saberlo)

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